La Voz de los Vecinos

Ancianos en la basura: pobreza y abandono en Ucayali

El rostro más cruel del olvido estatal y la indiferencia social.

Por Miguel Ángel Saavedra Neyra

En Ucayali, cada mañana, entre bolsas rotas y montículos de desechos, se ven rostros cansados que no deberían estar allí. Son ancianos que rebuscan botellas, cartones y metales para sobrevivir. La escena, tristemente cotidiana, no es casualidad: es el resultado directo de un modelo económico que ha abandonado a los más vulnerables y de autoridades que miran hacia otro lado mientras la pobreza se vuelve rutina.

Según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), en 2023 la pobreza monetaria en el Perú subió al 29 %, y en Ucayali alcanzó el 26,9 %, un incremento de 2,5 puntos en solo un año. La pobreza extrema, esa línea que separa la sobrevivencia del hambre, llegó al 5,7 %, niveles no vistos desde antes de la pandemia. Detrás de esas cifras hay una tragedia silenciosa: cientos de adultos mayores que, sin ingresos ni apoyo, han terminado buscando su sustento entre los desechos.

La informalidad y el desempleo agravan esta herida. Más del 70 % de los empleos en el país son informales, y en Ucayali esta precariedad es aún más profunda: los salarios son miserables, los contratos inexistentes y la seguridad social, un lujo inalcanzable. En ese contexto, envejecer se convierte en una condena. Los mayores quedan fuera del mercado laboral y, sin pensión ni ayuda familiar, recurren al reciclaje como último recurso.

Pero la pobreza no se explica solo por la economía: se explica también por la indolencia del Estado. Entre 2020 y junio de 2025, más de 250 mil adultos mayores fueron excluidos del programa Pensión 65, según reportes de medios y organismos civiles. El Estado argumentó que su situación “había mejorado”, sin mostrar evidencia alguna. En la práctica, miles de ancianos perdieron el único ingreso que les permitía comer. La burocracia se volvió verdugo.
La historia de Roger Tuanama, reciclador de 69 años en Yarinacocha, es la radiografía de este abandono. Excluido injustamente de Pensión 65 en 2024, hoy vive en un cuarto prestado, sin luz ni agua. “Solo gano lo suficiente para comer”, dice mientras separa botellas bajo el sol. Su pregunta “¿por qué me han hecho esto?” no es solo una queja personal: es un grito moral que interpela a todo un país.

Detrás de cada anciano que revuelve la basura hay una familia ausente, un Estado ausente y una sociedad que ha aprendido a mirar sin ver. En 2025, no es la pobreza lo que más duele, sino la indiferencia colectiva que la perpetúa.
Urge una acción decidida: reforzar los programas sociales, fiscalizar su ejecución, promover empleo digno y reconstruir la familia como red de cuidado. Pero también urge recuperar algo más profundo: la dignidad moral de una sociedad que no puede seguir midiendo el progreso por cifras macroeconómicas mientras sus mayores hurgan entre desperdicios.

Ucayali no necesita discursos, necesita humanidad. Y mientras un anciano siga rebuscando entre la basura para sobrevivir, ninguna autoridad podrá hablar de desarrollo sin sonrojarse.


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