Por Miguel Ángel Saavedra Neyra
En Ucayali, la política parece un bucle sin salida: los mismos rostros, las mismas promesas y los mismos silencios. Cada proceso electoral regional, municipal o congresal revive una lista de “candidatos eternos”, personajes que desde hace más de una década se postulan una y otra vez, pese a arrastrar denuncias fiscales, deudas bancarias o gestiones cuestionadas.
No es casualidad: la política local se ha convertido en refugio para quienes perdieron credibilidad en la calle, pero conservan poder en los comités partidarios. Muchos de estos aspirantes acumulan expedientes en el Poder Judicial, investigaciones por malversación, nepotismo o violencia, y aun así figuran en las listas con total normalidad, como si la impunidad se hubiera vuelto requisito para postular.
Un repaso rápido de los registros del Jurado Nacional de Elecciones (JNE) revela un patrón preocupante: varios excandidatos al Gobierno Regional o a las alcaldías provinciales reaparecen ahora como precandidatos a diputados o senadores. Algunos tienen deudas acumuladas en el sistema financiero, otras denuncias activas por corrupción o violencia familiar, y casi todos comparten un mismo perfil: viven de la política, pero no para la política.
El problema no es solo moral, sino estructural. Los partidos en Ucayali han dejado de ser escuelas de formación cívica para convertirse en plataformas de supervivencia personal. No hay filtros éticos, no hay renovación de cuadros, no hay meritocracia. Mientras tanto, el elector agotado, escéptico y desinformado termina votando por el rostro más conocido, aunque ese rostro sea símbolo del fracaso.
El daño es profundo: cada elección se vuelve una oportunidad perdida para la regeneración política. Y así, Ucayali repite nombres, repite errores y repite destinos. El resultado es una democracia cansada, con autoridades recicladas que prometen cambio mientras encarnan la continuidad del atraso.
El JNE y la Contraloría tienen herramientas para fiscalizar, pero rara vez las usan con firmeza antes de que las urnas hablen. Los medios locales, muchas veces atados a la publicidad municipal o regional, guardan silencio o maquillan las denuncias. Y la ciudadanía, desilusionada, participa con resignación, votando sin convicción y perpetuando el mismo círculo vicioso.
Ucayali necesita un nuevo tipo de liderazgo: personas sin pasado turbio, sin intereses ocultos, con oficio y vocación real de servicio. La región no puede seguir siendo el laboratorio de la mediocridad política ni la pasarela de los mismos candidatos de siempre.
El reciclaje puede ser una virtud ambiental, pero en política es un cáncer. Si seguimos eligiendo a los mismos con las mismas mañas, no tendremos autoridades nuevas, solo caras viejas con promesas nuevas.